jueves, 1 de septiembre de 2016

Recuerdos del olvido.


    Navegué bajo la desesperación de mi corazón surcando en las olas del inmenso mar. Adentrándome más en él, para ver hasta dónde la marea me podía llevar. Naufragios del ayer en una isla desierta. A solas con mi alma y mi voz. Con la única compañía del sonido del mar más alguna gaviota que pasaba.

     Y de pronto lo entendí. Escarmenté una vez más a sabiendas que tropezaba siempre con la misma piedra. Me había ocurrido lo mismo hace tres años cuando naufragué en las orillas de tu mar. 
        Por aquel entonces tu piel  mezquina brillaba tanto como los rayos del sol, que me cegaban en aquella desierta isla, tus ojos tan azules como el océano  Atlántico. Tu cuerpo se dispersaba como la blanca arena entre mis dedos pequeños. Tu voz... el sonido de las gaviotas.

        Hasta aquel entonces no me percaté de lo ocurrido. La misma historia de nuevo. Con las uñas cubiertas por el manto de la arena y el sabor de la sal entre mis labios carnosos. Viva imagen de la desesperanza y la desolación. Viva imagen del olvido y su atormento con los recuerdos del ayer. Donde tú y yo, surcábamos los mares y los océanos del mundo entero. Sin temor a la deriva, ni a las tempestades. Sabíamos que después iba a llegar la calma, entre gemidos en tu camarote. Entonces comprendíamos que la serendipia había sido hallada entre las sábanas de aquel cielo añil.

         Y me marché. Me alejé de ti porque se formó un huracán del que nada pintaba bien. Me marché por temor a herir, lo que un día te construyó. Aquello fue inefable. 

    Volví a naufragar a deshoras en las olas de otros mares. No era lo mismo. Era efímero. Fugaz. Doloroso.
Invadía otros barcos con la esperanza de encontrarte por ahí. Pero no, tú no estabas. Tú me habías olvidado, yo no. 

         Me volví a tropezar 


 con 



los recuerdos del OLVIDO.


        



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