miércoles, 26 de junio de 2019

26/06/2019 20:17






Me he sentado en la silla del escritorio a pensar sobre ti.
Sobre ti y mí, juntos, jugando a una partida de ajedrez.
De esas que dejamos a medias porque al final el peón es el que devora a la reina y no, a su otra majestad.

Me he sentado a escribir sobre nosotros.
Tú tan viento del levante y calor de la capital que contrasta con la viva imagen de un otoño en el sur, con paisajes nevados del norte.
Y juntos formamos esos pedazitos de cristales minúsculos del vaso que te has dejado en la mesa de la cocina a la espera de que lo friegues y que, sin querer, he tirado al suelo.
Somos pedacitos de cristales, de agua y de sal.

Has salido a pasear porque dices que necesitas un tiempo para ti.
Porque el miedo de atravesar las olas en esa tabla de surf te horroriza.
Sin embargo, no percatas que es una metáfora de tu vida.
No eres ese que nada en buscas de las olas, eres el temporal que las invoca.
Tú contra tú, contra ti y el enfrentamiento de tu pasado y presente.

Y, sin embargo, he aprovechado de tu ausencia para escribirte estos versos.
Para hablar de ti, de mí y de esa partida de ajedrez a medio terminar.
Del vaso del cristal, de tus manos frías y de mi corazón cálido.
De lo fuerte que eres y de esa cabeza llena de nidos de pájaros que siempre dejan plumas, porque son de los que emigran.

Amor mío. Revolucionas con cada paso el mundo que te rodea, aunque no te des cuenta.
Tus sueños son los barcos que navegan sin rumbo fijos hacia el horizonte de tus metas.
El elixir, las tentaciones y el placer de volver a comenzar bajo las sábanas.
La inspiración de un lunes por la mañana, la bala del revólver y el líquido de la cafetera que se esparce por la placa.

Un paseo en Venecia, el oso del Madroño, un viaje a Túnez y si queda dinero en esa cuenta del banco, a la Habana.
Los pasos a los lejos de tus pies cansados, el murmuro de tu voz grave, el olor de tus cigarrillos y tu mano áspera pintando pinceladas en mi piel.

Y aquí estoy escribiendo sobre ti.
Porque no te has dado cuenta que has comenzado un incendio dentro de mí que no se puede apagar.
Que has atravesado el humo y esperas a que el corazón siga siendo de hielo.
Y aquí estoy escribiendo de ti.
Quedándome contigo a pesar de tus miedos, cuidando al niño de tu interior.
Dándote la guerra y la paz, atravesando las olas, llevándote un extintor para apaciguar el fuego y dejándote que sepas cuál es el sabor de la derrota, aunque ofreciéndote la mano amiga siempre que la precisas.

Y te has ido.
Volverás a eso de las nueve y me otorgarás un beso en la cabeza con tu rostro roto.
Sonreiré y te recordaré la bendita revolución que eres.
Y te besaré tus manos ásperas, invitándote a que conozcas el sabor amargo del Whisky.
Puede que mañana sea otro día.
Pero serás, ese hombre que consiga surfear la ola.

domingo, 16 de junio de 2019

16/06/2019 12:47






Ayer, viendo a Oddey, me di cuenta de una pequeña cosa: del paso del tiempo. Hoy, ha salido esto. Espero que lo disfrutéis.
-----------------------------------------

El tiempo corre a contrarreloj como si fuera una carrera de automóviles especializados:

El primero, en cabeza, la hora del nacimiento.

Lo secunda la niñez a una velocidad media reducida.
Le interesa no adelantar porque quiere saber, quiere aprender los movimientos, pero también quiere crecer y, por ello, aunque no lo sepa, pisa el acelerador.

En el tercer puesto, la adolescencia. No le importa a quién va a arrollar en su trayecto. Quiere ganar, ser el primero y, si eso, luego, preguntarse por los acontecimientos más tardes.
Quiere vivir el presente, llenarse de las experiencias y absorber todo lo que pueda del mundo exterior. Pisa el acelerador, se coloca a esa velocidad alta a punto de alcanzar a ese coche que va en segundo.

En un cuarto puesto, la adultez. Es sabio, quiere llegar a la meta con tranquilidad, no demasiada, pero la suficiente como para no provocar un accidente. Sabe que su adversario que va delante es una denominada ‘cabeza loca’ y no le importa nada que no sea nada más que el ‘yo’.

Y en un quinto puesto, a duras penas por intentar llegar a la meta, en un auto más defectuoso, porque su  ocupante se niega a cambiarlo, debido a que todos estos años de vida ha conducido con el mismo, se encuentra la vejez. Su velocidad es bastante lenta, entorpece las vueltas de los demás coches, sobre todo del tercero, que le ha pitado en más de una ocasión.
Ella es la etapa más experimentada de todas. Sabe perfectamente que en una de esas curvas, el vehículo que conduce puede perder el control y ,sin querer, estamparse contra la barra de seguridad.

El tiempo pasa a contrarreloj como si fuese una carrera,
o puede que, simplemente, transcurre con normalidad y que seamos los humanos quienes en, ocasiones, lo veamos rápido o lento.

Y maldecimos,
en voz baja,
al gran titán por no ir como nosotros queremos que vaya.

Pero el tiempo, amigo mío, el tiempo pasa para todos por igual.
Disfrútalo, no lo desperdicies y , sobre todo, empápate de las pequeñas cosas de la vida.