lunes, 30 de enero de 2017

viernes, 27 de enero de 2017

Papá, mamá… ¿Estoy lista para volar?






(Tú y tu arte que queda tan bien en mis argumentos).


16 de enero de 2017. Acabo de reflexionar sobre mi vida, sobre mi futuro, debido a que me he quedado estancada. No sé qué es lo que quiero. No encuentro la motivación exacta para recuperar el curso de mis estudios y esto, se puedo comprobar en mis calificaciones.

Pensemos. En España la tasa de abandono está situado con un 11%, recogido en el año pasado. Bien, reflexionemos. Esos jóvenes tal vez no quieran estudiar más por x razones, a pesar que la edad obligatoria para permanecer en el centro son los 16 años, tiempo ‘’suficiente’’ con el que debemos sacarnos la ESO.  ¿Se les motiva a estos para que sigan cursando sus estudios?

En cuarto de la ESO ya ,las pequeñas cabezas pensantes de un futuro no muy lejano, deben de elegir qué opción es la más adecuada para proseguir: Humanidades y Salud (Científico). Yo escogí salud en 4º para luego más tarde decantarme por las letras. No, no sabía qué hacer con mi vida y ni hacia donde encaminarla.

Cierto es que unos críos de quince años no saben lo que quieren al 100% en sus vidas. Sí saben algo, ideas aún no fijas a las que se agarran como un clavo ardiente. Nuestros mismos padres nos aconsejan: ''Queremos el porvenir tuyo, escoge la mejor opción'' –en este caso, los sujetos se quedan con la misma dudas-. ‘’Deberías decantarte por lo que mejor se te da’’ –El ser ve un poco más claro una salida-.

Yo no sabía cuál era la profesión que quería ejercer hasta que mi profesor de Historia de ese mismo curso me motivó.

Avanzo un poco contra todo pronóstico. Curso 2016-2017. Una generación, La Generación del 99. Una generación que ha sido y quién sabrá si seguirá siendo el conejillo de indias, de los superiores. Por superiores me refiero a quienes, eso dicen, elaboran leyes para el porvenir de los jóvenes españoles.

El primero de los cambios ha sido la normativa de la LOMCE. La reválida nos ha tenido en vela hasta el último momento. Finales de noviembre y aún no se había firmado un acuerdo. Obviamente estos señores no están metidos en las aulas donde puedan comprobar los 366 días del año cómo es el sistema en el que trabajan para mejorarlo. Tanto el profesorado como el alumnado hemos estado sometidos a una gran duda de la cual no se nos aclaraba.

Principios de diciembre: nos comentan que el alumnado deberá realizar la Selectividad, pero, atentos, aún es un borrador. No hay nada claro. Lo único y, por si así decirlo, la antigua prueba que se había derogado: PAU (Prueba de Acceso a la Universidad).

Quedan cuatro meses para acabar el curso y presentarnos a la PAU, aún estamos siendo conejos de indias. ¿Cuál es el porvenir que quiere nuestro sistema? ¿Uno en el que el alumnado se someta a estrés, junto al profesorado?

Antes he comentado que el alumno de 15 años que no sabía cómo encaminar su vida y que con tan solo esa edad debe escoger. Bien, saquemos de la caja de sorpresas al alumno de 2º de Bachiller. El peor curso de todos. En lo que viene siendo nueve meses los miembros del centro educativo (profesorado y alumnado) deben trabajar a contra reloj para dar todos los temarios; ya que deben estar aprendidos para la Selectividad. Si no se puede hacer otras actividades, no importa, ya que debemos terminarlos.

Una vez que los meses van avanzando como huracanes, el alumno debe tener al 99% una idea CLARA de lo que quiere. OJO: adolescentes de diecisiete o dieciochos, con una madurez adquirida, pero tal vez, no la suficiente debido a que muchos de nosotros tenemos pajarillos , golondrinas como las de A.Bécquer, que vuelan y van.

En resumen: una edad temprana a la que debemos estar si o si maduros y responsables como para saber qué es lo que queremos. ¿Sé yo acaso lo que quiero? No, lo tenía muy claro hasta que he dado con ciertas asignaturas nuevas y no tan nuevas en este año. He perdido mi motivación para estudiar y tengo un gran lío. Que si esta ciudad, que si la otra… Sólo me quedan cuatro meses y por lo máximo en el segundo mes, como idea, debo saber mi porvenir.

Tenemos miedos, inseguridades. ¿Qué sucede si esa carrera no es la elegida? Porque esto sucede… ¿Se conoce el porcentaje de universitarios que aún no saben si han escogido lo mejor para sí?

Si Nelson Mandela afirmó: << La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo.>>

Se debería de trabajar tanto como para poderla gozar de algún modo. Los alumnos no saben lo que quieren con quince o dieciochos al 99% (Hay quienes afirman que sí lo están). Deberían hacer un cursillo, o incluso que se les otorguen información suficiente de todos los ámbitos. Incluso si así tuvieran 20 años y siguieran en Bachiller. Porque esto puede que sea un arreglo, aunque puede también que lo empeore.
Medidas eficientes para que él o ella sepa qué desea. Basta de fracasos de abandonos y de conejos de indias y de generaciones sumidas en el miedo o la indecisión. Mejoremos el sistema educativo, que sea uno por el cual favorezca tanto al profesorado como al alumnado.


Nos van a seguir modificando a sus antojos. Debemos luchar, reivindicarnos y que se nos oigan. 

viernes, 13 de enero de 2017

La voz silenciosa.

Gracias por esta preciosa imagen tan a juego con el tema.


La voz Silenciosa.

            Tal vez esto no llegue a ninguna parte. Tal vez no sea oído por ningunos de los medios de comunicaciones, ni saldré en la portada de algún periódico. Tal vez no ocurra nada de esto, porque no viviré mucho para contarlo.
            Soy Iralia y tengo doce años. Soy mujer a vista de todos. Una mujer que encierra el cuerpo del hombre que llevo a dentro. Físicamente soy toda una chica adolescente no desarrollada aún del todo. Tengo senos, un vientre con sus pequeñas arrugas, el cabello rubio, una sonrisa con aparatos, los ojos verdes, la tez blanca, no mido más del metro cincuenta y ocho y peso sesenta kilos.
            Papá y mamá me acepta tal y como soy, porque yo soy un miembro más de esta hermosa familia que está a punto de … ¡crecer! Ellos me compran ropa de chico y algún más que otro capricho que quiera. Una vez mamá me explicó que cuando papá encontrara un trabajo mejor, me llevarían a una clínica para hormonarme. Aunque ahora mismo puedo hacer uso de la maquinilla que papá utiliza para cortarse el pelo. Lástima que, ellos sean ignorantes de lo que les va a caer encima. Me da lástima que la hoja caduca más apreciada de su árbol se caiga cuando menos se lo esperen. Siento una temible agonía porque sé que no soy inmarcesible, puedo romperme como lo hace el cristal o el papel. Mi resiliencia, la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a una situación adversa, se me ha agotado como le ha sucedido a la bolsa de chuches que se guardaba en el cajón de la cocina.
            Hacía más de un año que mis compañeros de clase se burlaban de mí. No todos, claro estaba. Elena, Asun, Juana, Marcos, Esteban, Isidoro, Isa , Teresa, Andrés, Nicolás, Alejandro, Estela y Julieta no se burlaba de mí. Me querían y apreciaban, o al menos lo hacían antes de la muerte de Julieta. La pobre era el punto blanco de una diana en la que sus padres siempre atinaban. Mamá me lo contó una vez. Me dijo que sus padres habían llevado a Julieta a un lugar donde iba a estar mucho mejor; un retiro de vacaciones por Navidad. ¡Los padres se iban a otro! ¡A un hotel de rejas donde les iban a ir muy bien! Yo también le dije a mamá que quería ir, pero ella sólo se limitó a sonreírme y a decirme que yo iba a un sitio mejor cuando fuese anciano.
            Yo me llevaba muy mal con Marcos, Ana, Nadia y Juan. Ellos se reían de mí porque llevaba ropa de chico y me peinaba como tal. En más de una ocasión oí de Ana decirme ‘machorra’ y si pasaba por su lado me echaba perfume de niña de esos que olían muy mal, pero que a ella le encantaban.
            En un principio, mis amigos me defendían. Les hacían frente a esos cuatros que contribuían a lograr que me extinguiera. Me defendían incluso cuando se peleaban en el aula de clases mientras el profesorado no se encontraba. Pero… para mi desdicha lo dejaron de hacer cuando Julieta se fue a un lugar de vacaciones, porque decían que era mi culpa. En parte tenían razón. Lo era porque ella me escribió una carta diciéndome que me quería (aquella carta tenía muchos corazones) y que si podíamos quedar en el parque a solas para tomar un helado o columpiarnos en los columpios. Mis amigos me culpaban de tal cosa porque si Julieta no se hubiese fijado en mi extraño aspecto físico seguiría en su casa y no de vacaciones. Se volvieron unos monstruos conmigo; ayudaban al cuarteto a insultarme. Me pegaban, me pintaban el pelo con pinturas acrílicas, me conseguían desnudar y vestirme con ropa ‘femenina’ si no la llevaba. Yo pensaba que esto sucedería solo por unas semanas y que me perdonarían por lo que originé. Me convencía al transcurso de los meses que sería efímero…  Me equivoqué. Mis compañeros me tenían como el juguete del aula. La mascota para desahogarse de un mal día.

            En ocasiones escuchaba a mamá sollozar sobre su situación en el trabajo. Ella dejaba la casa por la noche para salir en bikini y andar por las calles de la ciudad… ¡Mi madre se pensaba que estábamos en verano cuando era invierno! Al cabo de las horas regresaba con un poco de dinero en sus braguitas. Siempre vestida con una de sus mejores sonrisas.
            Cuando ella me veía llegar a casa con pinturas en mi precioso cabello rubio, días con moratones y arañazos, con ropa desgastada o diferente a la que solía llevar puesta, se ponía tan blanca como lo era yo. Me excusaba diciendo que me había caído, teníamos una fiesta en casa de Nicolás o cosas parecidas. Siempre cambiaba mi versión para que ella no llorase, pero lo único que conseguía era un abrazo cálido y duradero. <<Juro que encontraré un trabajo mejor y nos iremos de la ciudad. Iremos a otro lugar donde podamos vivir libre los cuatro juntos. Todo va a terminar algún día, pequeño trozo de mi corazón>>.
            Mamá era tan pero que tan buenaza… Podía dormir con ella y con papá cuando hubiera tormentas y las pesadillas no me dejaran dormir. ¡La vez en que las pequeñas y yo nos fuimos a la cama de nuestros padres fue la mejor experiencia de mi vida! Os aseguro que no lo voy a olvidar jamás, ni cuando me vaya a ese lugar junto con Julieta.
            Papá conoció a mamá en la universidad. Ella trabajaba en un proyecto sobre las bebidas y él estaba en el último año de carrera. (Mamá es dos años mayor que él). Ella le entrevistó en los pasillos y, al parecer, Cupido acertó a la primera. A los dos meses compartían ya un piso y al año fueron a conocer a mis abuelos, tanto paternos como maternos, quienes aprobaron la relación. Mamá tuvo que buscar trabajo en un local de peluquería, donde se cambió de look pintándose el cabello de color rubio y se lo cortó. Po lo que me ha contado papá, se enamoró más de ella. Yo fui concebido en una tarde de otoño, nada más y nada menos que en el vigésimo octavo cumpleaños de mi madre. Al año nací. Todos me querían, me cuidaban como si fuera un gran tesoro… ¿Si lo hicieron y seguían haciendo mis familiares, por qué no mis compañeros de aula?
            

          He de admitir que con doce años y sintiéndome en un cuerpo que no es el mío, la situación se me fue de las manos. Empezaba a desear las vacaciones pronto, el profesorado no se daba cuenta de lo que sucedía y, para colmo, fuera del instituto también me acechaban. Empezaba a contar los días en el calendario y los tachaba con el fin de encontrar una salvación en los meses próximos. Necesitaba una luz blanca que me iluminara en el túnel oscuro del que no encontraba salida alguna. Había caído en el pozo oscuro de mi vida y me estaba ahogando solo. Estaba asfixiándome… Sentía mis días contados. Dependía de un hilo que pronto notaba que se iba a cortar y me iba a dejar…
         Apenas tenía apetito, papá se enfadaba conmigo porque no sabía lo que me ocurría y él también parecía estar enfadado debido a que no le pagaban lo suficiente en el trabajo; por lo cual mi sueño se esfumaba y eso le frustraba. No podía dormir por las noches y al día siguiente siempre me quedaba dormido en el colegio, exponiéndome más aún a mis enemigos. El director llamó en más de una ocasión a mi casa para contar que me quedaba dormido y mostraba un comportamiento extraño, poco apropiado, hacia mis compañeros.
            Mamá me decía que debía ser bueno con los demás y que si me sentía menospreciado que se lo contara. Pero yo no era el brujo malvado del cuento, era la víctima. El anzuelo o trozo de carne que debía ser echado a los caimanes.
            
          En mitad de la noche me levantaba para coger del segundo cajón las pastillas que le había cogido a la abuela para dormir. Me tomaba dos por lo que al día siguiente era lógico que me quedara dormido en clases. Me solía sentar al final del aula donde pasaba por desapercibido.
            Los días pasaban, arrollándolo todo, estrellando cada cosa que se encontraban en sus caminos. La calma no asomaba, empezaba a creer que aquel dicho: ‘Después de la tempestad llega la calma ‘era mentira. Ya no salía de mi habitación, pues esta se había vuelto mi pequeño lugar seguro a pesar de la noche. Los demonios me visitaban y parecían haberme cogido aprecio.
           
         Mamá se buscó un trabajo mejor en el supermercado y papá se encargaba de llevar a las pequeñas a la guardería cuando tenía descanso. Si no lo hacía él, mis abuelos se encargaban. Él me regaló por mi cumpleaños dos muñecas preciosas, pero yo las destrocé. Las desnudé y les pinté el cabello como me solían hacer. Les coloreé ciertas partes del cuerpo en morado y se las tapé con vendas. Mientras una era dueña de una bellísima sonrisa transparente, la otra aparentaba soledad. Ambas simulaban las dos caras de una misma moneda. Mis dos caras. << ¿Por qué le has hecho esto? ¡Sabes el dineral que me han costado, Iralia!>>. <<Papá>> -respondí antes mi acusación-. <<Son para un trabajo. El profesor ha mandado que dejemos ver en un objeto los problemas de la actualidad>>.

            Aún me seguían llamando Iralia, aunque no duró mucho. Por Navidad me cambié el nombre a Hugo. Hugo trajo consigo paz y tranquilidad. Sabía que mi transformación estaba completa, a pesar de faltarme muchísimas cosas. Sin embargo, me conformé con poco y me lo arrebataron. Rompieron a Hugo, como también lo hubieron logrado con Iralia, y me dolió. A este proceso lo denominé Melancolía.

            Asistía a clases con una máscara y un nuevo disfraz. Mamá fue a hablar con mi tutora para informarle que obtuve otro nombre. Para qué. Aquello fue lo peor. Las bufas llegaron demasiado pronto: <<Venga Hugo, enseña tu pito… ¡Ah, que no tienes!>> <<Yo no quiero que vaya al baño de las chicas>> <<Habrá que hacerle un baño en el patio, para que haga pis>> << ¡No llores marica, no te dolerá! Sólo queremos ayudarte a que tengas pito>>. No es necesario aclarar qué me hicieron. Sólo sé que no pude hacer mis necesidades sin mostrar síntomas del dolor que aquello me provocaba. Para apaciguar a mi madre le comenté que me había desarrollado y me pidió disculpas: <<Lo siento, Hugo, sé que evitas ser mujer>>.

            Después de todo, mi vida no había sido tan agraria. Mi profesora de Lengua se percató de que algo pasaba en el aula. A decir verdad, sólo un diez por ciento de mis amigos me hacían la vida, día a día, un infierno. Los otros se callaban por temor a que le metieran la cabeza en el WC, como a mí, o le pegaran. Eran cómplices del disimulo y la ocultación, no los culpo. Eran víctimas del grito, mientras que yo lo era del silencio.

            Si Ana, junto con su pandilla, hacía papeles para pegármelos en la espalda; la profesora le regañaba y le mandaba al director. Me aferré a esa profesora como clavo ardiente. Deseaba que llegara su clase para que eliminaran a unos cuantos. Sentía que iba ganando, que Hugo e Iralia podían descansar en paz. Pero no, no. Justo cuando iba a alcanzar el sabor de la victoria y la gloria, a la profesora le dieron la baja por maternidad. ¿Había en este mundo algo más miserable que mis sucesos? Volvieron a ganar y yo empeoraba con cada guerra. Mis padres vieron en mí un cambio brusco. Respecto a mis calificaciones no habían bajado, se mantenían tales como siempre. Sangraba tanto por dentro como por fuera. Las cicatrices aumentaban y no sabía cómo ocultarlas. Empezaba a quedarme sin sangre para el corazón.
           
            Por todo eso y más es por lo que me encuentro ahora sentado en el filo de la ventana. No quiero que ningún niño y niña pase por el infierno que he pasado yo. Quiero que ellos vivan al máximo su adolescencia y juventud. No quiero que nadie le prive de algo tan hermoso como es la vida. Es una lástima que esto suceda en pleno siglo XIX... ¿Cuántas personas se irán de nuestras vidas, de las de los demás, de ciudades y pueblos? ¿Cuántas más han de padecer para que se le ponga fin al acoso? ¿Para cuándo una justicia por nosotros? ¿Para cuándo normas que castiguen a personas con tal maldad? Dejad de decir que son cosas de niños, empezad a hacerles ver que no es así. Está mal meterse con otros porque seas ‘diferentes’, porque son ‘raros’ ya que no están bien visto por ustedes. Empezad a visualizar a la gente como yo, a las personas que no se sienten afortunados con el sexo que se les han sido otorgados, a las personas que quieran a las de su mismo género, a aquellas que tengan unos kilos de más, como las de menos. Empezad a inculcarles que está bien que se defiendan, pero que no se burlen de los demás.
            
               Si queremos que esta sociedad cambie hay que comenzar por los que tenemos delante de nosotros. Si cada día le inculcamos lo que es el mal, los calores de la vida (sobre todo el respeto y la igualdad) no habrá más muertes por horas y minutos en el mundo. Sino decidme pues, qué hacemos con esas familias que han perdido a sus seres queridos, que no pueden recuperar a sus hijos porque personas como las que estáis, estamos, criando las han mandado directamente a un viaje duradero del que no tienen escapatoria. Tal vez allí estén mejor, pero os aseguro que es quedaban mucho por ver y crecer. Tal vez tenían pensamientos de ser, en un futuro, arquitectos, ingenieros, profesores y maestros, enfermeras, veterinarias, arqueólogas, bomberos… A lo mejor los iban a llevar de vacaciones por sus cumpleaños, por Navidad y se han quedado sin ir. Tal vez iban a escribir en sus diarios una buena noticia después de tantas malas. A escribir un << He superado el acoso, mis compañeros me aman, puedo ser feliz todo el tiempo restante de mi vida que me han arrebatado>> <<Mamá y papá no tendrán que estar tristes, ya no discutirán ni tomarán pastillas para dormir>>.
            A lo mejor se han perdido la lluvia de estrellas fugaces que siempre hay por agosto. El ir al concierto de su cantante preferido, a la firma de libros, adoptar una mascota, recibir a un miembro más de la familia, su primer beso y amor, engendrar una familia, adoptar hijos, ser lo que han querido ser desde que tenían uso de razón. Perjudicar sus vidas con vicios salvarlas dejándolos. Sufrir de desamor y no entender a qué se debe el vacío que sienten cuando una persona deja de contactar con ellos.
            Se van a perder muchísimas cosas porque callan, porque son víctimas del silencio, porque son ‘’cosas de niños’’, porque no hay justicia en este mundo. Se irán en los mejores años de sus vidas para no volver. Dejando a toda una familia destroza, por las manos del acosador. No podrán ser reemplazables porque son únicos. Algunos los recordarán mientras que otros los olvidarán.
            ¿Cuántos más debemos de caer para que no nos escuchen? ¿Para que escuchen a la voz dormida que no se atreve a despertar porque siente miedo, un miedo temible que la acecha por las noches cuando duerme y reza para que, al día siguiente, los compañeros de su clase la acepten? ¿Cuánto más debemos dejar de morir? ¿Más familias destrozadas? ¿Más víctimas sin ser escuchadas?
           
            En primer lugar, agradezco tantísimo a mis padres…

            A ti mamá por ser la mujer que me dio a luz, por cuidarme y quererme así. Por amar a Iralia y cuidar de Hugo. Por arroparnos y acurrucarnos en la cama y dejarnos dormir junto a ti. Gracias por sacrificarte e ir en bikini en pleno invierno y ganarte el dinero para quererme ver vivir como deseo. Por ser mi capa y espada; ser la mujer de acero. A ti quiero verte sonreír cuando me reúna con Julieta.
            Gracias papá por trabajar para conseguir juntos mi sueño. Sé lo mucho que deseabas un niño entre la familia. Siento que se te vaya ahora que lo has conseguido. Me has enseñado a usar la maquinilla, a querer a una mujer, respetarla y cuidarla. El significado de la igualdad –aunque no todos sepan lo que verdaderamente es-. Has complacido a mi persona con todo lo que he pedido. Por favor, no les des esas dos muñecas a las pequeñas. A ellas decidle que estoy de vacaciones y volveré cuando menos me esperen. Decidle cuánto las he querido y lo mucho que las voy añorar. Tienen entradas VIP a mi habitación.
            A mis abuelos que los he querido tanto. Gracias por aceptarme y quererme como a uno más. Los cuatro seréis triunfadores. Nos veremos y nos reuniremos. No desesperéis.
            Deseo que , además, contactéis con mi profesora de Lengua. H asido todo un honor conocerla entre tanta oscuridad. Me ha encaminado hacia mi utopía y ha salvado a Iralia y Hugo. Será una buena madre.
            Cuidad de Charlie como si fuera yo. El pobre me maúlla desde mi cama. Sabe que me voy a ir, es muy astuto.
           




Yo no me voy a morir porque estaré en vuestros corazones. Sólo  me doy unas vacaciones duraderas rumbo a Nunca Jamás. Desde allí lucharé porque el acoso no siga y se extinga.

            Gracias por cuidar de Hugo. Gracias por darme los mejores años de mi vida, por ser cobijo en mis peores momentos y calmar las pesadillas que no me dejaban dormir.


Os QUIERE

Hugo.