jueves, 30 de mayo de 2019

30/05/19 10:39




Me quemo, arde y se hace grande.
Es real, demasiado, parecen las aspas del molino del Quijote.
Un laberinto con agua dentro, impidiendo el paso del alquimista.


Pero estoy quemada.
Cenizas es mi mente.
Llevo cuatro semanas en este estado.


Me escribo a mí misma, porque nadie más puede escribir lo que siento.
Me escribo a mí misma, porque necesito oír, de mí, lo que nadie puede decirme.
Y ahora, necesito expresar que me estoy quemando.
La llama arde.
Demasiado calor para un ser helado.


Y si me preguntan cómo me encuentro.
No sé responder sin sentir culpa
porque mis dedos formulen aquellas palabras que mis labios, sellados, no pueden
o, simplemente, no quieren.
No sé cómo sentirme.


No gestiono mis sentimientos.
No sé si me encuentro vacía,
mal,
o, simplemente, neutral.


Sólo sé que estoy quemada.
Aunque tampoco sé nada.
Siempre nada, nunca nada.
La ansiedad, como de costumbre, en ocasiones viene a visitarme.
Se queda por la noche, es más nocturna que diurna.
Espera que me quede con ella a conversar del día al día.
Aunque, simplemente se va con las primeras caídas de mis lágrimas.
Parece ser que detesta ver cómo mi llanto ahoga mi voz.


Que no salten las alarmas.
Las olas estampan contra las piedras del acantilado.
A lo lejos se forma un huracán, no está del todo constituido…
Así es mi mente.
Con lo cual, que no salten las alarmas.
Hay esperanza, pese a que es aquello no que escapó de la caja de Pandora.


No obstante, duermo un poco mejor que antes.
Intento sonreír y hacer como que todo va bien, eso es todo.
Intento que no me avasalle como si fuera una campaña de guerra.
Simplemente no sé nada, siempre nada.


Simplemente…


No sé cómo sentirme.
O si lo sé… no sé expresarlo.