jueves, 21 de febrero de 2019

19/02/2019






Inspirado en el poema de Elena Codes.
¿Quién es Azahara?

Azahara es un ser de 1.55 o 56, dependiendo. Pero Azahara es bondad, tener el ego a ras del suelo. Azahara es teñirse de rosa magenta cada vez que inicia el curso escolar desde hace unos años y, cuando no lo hace, se siente extraña.

Azahara es la decisión de no tener hijos, de ser bisexual, de hoy ‘’me gustan más los hombres que las mujeres’’ y viceversa. El no tener un artista favorito, ni color, ni número, sino que escucha la música según le apetezca.

El ser vegetariana, el escribir cuando la inspiración acude a ella, el poner a su mascota por encima de todo, el ser demasiado apasionada y sentimental.

Sin embargo, Azahara es también ansiedad, ‘’la esponja que absorbe los problemas suyos y los demás’’ , el agobio de desenfreno por todo. Los nervios y sus rayadas mentales, los complejos y el ‘’hoy no me encuentro bien conmigo misma’’, migraña y los cólicos de la regla. Es el asma y el Rilash , para abrir los bronquios. Es incertidumbre y el miedo a que las personas más importantes para ella se alejen. Los ‘’ hoy no tengo ganas de existir’’, modificados, y los ‘’me he equivocado de carrera’’.

Es risa contagiosa, el desear viajar, el desastre dando consejos, el trabajar para quererse un poco más.
Azahara es detestar decir ‘te quiero’, porque no le gusta poseer y que prefiere cambiarlo por el conocido ‘te cielo’. El darse cuenta del Patriarcado y amar a sus amigos como si no hubiera mañana, pero que, al igual que a su familia, no lo dice, pero lo siente.
El pedir ayuda cuando la ha cagado dos mil diecinueve veces, el amar cocinar e inventarse recetas.
El descubrir artistas, seguir pariendo libros como si hijos biológicos fueran, las contradicciones, la tozudez y el orgullo.

Azahara es ver anualmente sus dos películas favoritas, el fotografiar cada cosa que ve: al cielo, sobre todo, las palomas y demás. Amar el arte y saber cuál es su camino, el errar millones de veces y darle vueltas al mismo tema. Dejar poemas a medio hacer porque no les gustas, le parecen comerciales o, simplemente, se estresa y empezar con otro manuscrito. El llamar llorando porque se ha perdido, o , simplemente, porque está triste.

Es la persona con humor tan básico capaz de hacer chistes sobre su carrera y asumir que: ‘’debo terminar el año lo mejor que pueda’’. El soñar con ir a Galicia o Asturias, pero que, pensándolo bien, no abandonaría Andalucía.

¡Vaya!, lo he vuelto a decir.

Y tú… ¿Qué Azahara eres?


lunes, 18 de febrero de 2019

La peor arma (extendida)


la Peor arma
Créditos de la imagen a su creador.

Se escondía siempre tras unas hermosas palabras sin punto final.
Aquella noche había preparado el revólver y lo escondió en su camisola.
Aprendió a besar el cuello con pasión y lentitud,
el cabrón sabía cuál era mi punto débil.

-<<Con lo feminista que eres, no sé cómo acabaste con él>>.
-<<Porque no lo conocía bien>>.

Para cuando quiso disparar, yo no lo pude esquivar.
Alzó el revólver y con el gatillo disparó a mi entrepierna.
Me ardió y me la quitó.
Me arropó con una seducción de seguridad y yo dejé que, durante esas semanas,
el colchón no cogiese polvo.

¡Ay, madre!
Cuando floreció el último capullo de la flor,
cuando se cayó la primera hoja del otoño,
apareció arrogante y con aires de superioridad.
Que no entendía nada,
que yo me escapaba,
que había emprendido una huida hacia ninguna parte.
Y no era mentira.

Había huido porque me di cuenta de su calumnia.
Hijo del Patriarcado.
Disparó y no me dolió.
Le había devuelto el arma con tintas de morado y un:
<<Me has hecho más feminista. Me amo>>.



Para entendernos, es mejor ponerles nombres a los dos personajes, más que nada, porque así, el poema es real, tan real como tú y yo. Además, dicen que, si no le pones nombre o comentas en voz alta el problema, nunca será real. Pongámosle Ana, es el primer nombre que se me ha venido a la cabeza, y … Juan.

Ana es una chica común que acaba de empezar su primer año de carrera. Es extrovertida, apasionada, carismática, humilde y amigable. Le encanta conocer a personas, aunque eso de no encajar en un grupo selecto le da poca importancia. Para ella, prevalece más la calidad que la cantidad. Un dicho entre generación y generación en cuanto a amistades se refiere. Y así es, el primer año de carrera es un vaivén de emociones para un cuerpo tan pequeño como es el de ella. Para su metro cincuenta y seis exacto. Ni centímetro arriba, ni centímetro abajo.

Es así como empieza esta historia. La historia de Ana, Julia, María… la historia de un personaje femenino que conoce a una persona.

Ana no ha mantenido relaciones íntimas con nadie. Más que nada, porque para ella es un tema muy personal y nunca ‘’se ha sentido’’ preparada para ello. Pero Ana quiere experimentar este año, experimentar como es el fundirse en una sola persona. Para ello, tendría que esperar a que sus amigos la invitasen a una fiesta y conociese a aquel detonante. 
Vestida con sus mejores galas, la joven asiste a aquel pub donde se celebra la fiesta. Se siente observada e intimidada por algunos que comentan cuánto desearían llevársela a la cama esa noche, drogarla para que no sea consciente y… quién sabe si violarla. Total, ella no se iba a enterar. Se le echaría un poco de burundanga y la chica sin nombre, pero con un simple vestido que realza su figura, sería un perfecto trapo manejable que, al día siguiente, sería dejado a la intemperie, destrozada y magullada.

Pero Ana puedo ser yo, mi vecina, tu hija, prima… Ana somos todas en alguna ocasión de la vida a quién siempre nos han dicho: ‘’nunca te separes de tu grupo de amigos y NUNCA dejes la bebida sin vigilar. Ten mucho cuidado. Usa protección, sé consciente de todo cuanto haces. No te vayas con desconocidos…’’.

Al lado suya, mientras ella pide en la barra una copa, un joven se le acerca. Parece calmado e interesado, como si acabase de ver a una gacela inofensiva. Es su momento de salir a cazar y parece que aquella presa está sola. Sola en el sentido más real de la palabra. Sabe perfectamente que está acompañada, ha analizado el terreno antes de acercarse cautamente.
La llena de halagos no incómodos, hace uso del poder que tiene: la labia. (‘’Se escondía siempre tras unas hermosas palabras sin punto final’’) y en unos minutos su predicción es un 100% efectiva. La joven cae cautiva de sus palabras.

Aquella noche, el león no acabará solo en la cama, se llevaría a la presa y la degustaría exquisitamente. (‘’Aquella noche había preparado el revólver y lo escondió en su camisola’’.)  
Él sabe perfectamente lo que le puede gustar a aquella gacela, a aquel cervatillo, es el mismo patrón, o eso piensa él, de todas las mujeres. Adquirió la habilidad de besar lentamente, sin detenerse en pasiones ni tener miramientos, al haber experimentado entre tantas; desea introducirse en ella, encajarse como una pieza de puzle, pero para ello debe de acceder. Y el cómo hacerlo es demasiado fácil. Besarle el cuello y, así, ella abriría las piernas. (‘’Aprendió a besar el cuello con pasión y lentitud, el cabrón sabía cuál era mi punto débil’’).

Al principio, Ana no está segura, no sabe si debe de continuar con esto o con lo otro. Experimenta en sus carnes la primera vez, insufrible, puesto que el león no tiene muchos cuidados más allá de las palabras bonitas (‘’Alzó el revólver y con el gatillo disparó a mi entrepierna’’, ‘’me ardió y me la quitó’’). Comprende que el mito de la primera vez que tantas veces ha leído en libros de novelas juveniles, hablado con su grupo de amigas y visto en películas es una falacia inventada.
Sin embargo, tras el ocaso, llega el alba y durante las semanas siguientes Juan encuentra en Ana un buen pasatiempo con el que entretenerse. (‘’Me arropó con una seducción de seguridad y yo dejé que, durante esas semanas el colchón no cogiese polvo’’).

Quedan todas las veces que pueden, tienen sexo y, luego, no se vuelven a ver hasta que Juan quiere. Empero, muchas de las veces Ana termina llorando. No entiende muy bien el por qué. Sólo sabe que se está autoengañando, que eso no es lo que quiere. Sabe que hay algo en su interior que le quema.

Juan aparenta ser un ciervo con grandes cuernos, le agasaja y la seduce. Pero… nunca tiene tacto cuando ella solloza, cuando le da ansiedad tras terminar. Nunca hablan de temas externos. Ni un ¿cómo te va el día?, mañana creo que va a llover. He aprobado esa asignatura que tanto me cuesta o… la he suspendido.

En su lugar todo son: ya debes saber aprender a hacerla. Cuidado con los dientes. Mañana voy a ir a un partido. No creo que sea la mejor opción que vengas, es muy pronto para presentarte a mis amigos. Ese vestido no me gusta, bueno… a ver, me gusta para mí, para que te lo pongas conmigo.

Ana lo habla con sus amigas, quienes dicen que deben de terminar la relación o lo que tengan. Es tóxico e insano para ella. Sin embargo, por mucho que ella quiera, por mucho que sus amigas le dejan ver, no puede. No puede porque siente que está enamorada de él.
(<<’’Con lo feminista que eres, no sé cómo acabaste con él’’>>, <<’’ Porque no lo conocía bien>>’’).

Y click. La bombilla se enciende en su cabeza.

Click es el detonante que le quita la venda.  Una venda que le subyuga. Él no es un ciervo con grandes astas, es todo lo contrario: un león hambriento colmado de sed, que nunca se abastece de ella. Que no está sola, hay más como esta gacela. Todas las noches sale de caza, para ver cuál tiene mejor carne y saciarse hasta que no quede nada de la otra persona. Ese es su juego: vestirse de codero.
Así es cómo empieza a mover ficha. Sin dejarle un mensaje, le ataca por sorpresa. Moviendo ficha por ficha, primero los peones, luego el caballo…

No obstante, el juego no está del todo ganado. Juan se percata que algo no va bien. Ana no le contesta a los mensajes, le deja en visto, no le coge las llamadas, ni a las redes sociales. Colmado de furia le espera a la salida de la universidad. Una buena encerrona y ella volverá a sus brazos. (‘’Cuando floreció el último capullo de la flor, cuando se cayó la primera hoja del otoño, apareció arrogante y con aires de superioridad’’).

Espera hasta las dos, la hora en la que ella sale y allí está. Deslumbrante, más bella que nunca. Parece que ha recuperado el color de piel tras tantas batallas perdidas con la luz del flexo. Su sonrisa… ¡qué hermosa es su sonrisa!, ¿se ha teñido el pelo? Ahora está colorado. Perfecto con sus ojos azules. Y su cuerpo, ¡oh, su cuerpo! Aquel que ha recorrido tantas veces sin prestarle la mayor importancia. ¿Dónde tenía el lunar? , ¿en el vientre o al lado del tobillo? No lo logra recordad. ¿Por qué? ¿Y por qué, con seguridad, Ana le comenta que es un hijo más del Patriarcado?, ¿¡de dónde ha sacado esa seguridad en sí misma, si cuando estaba con él era un cachorro indefenso!?, ¿por qué, por qué la ve más fuerte?, ¿por qué siente como su ego corre peligro y se va disminuyendo ante la gigante suela del zapato de Ana hasta que lo aplasta? (‘’Que no entendía nada, que yo me escapaba, que había emprendido una huida hacia ninguna parte. Y no era mentira. Había huido porque me di cuenta de su calumnia. Hijo del Patriarcado. Me disparó y no me dolió’’).

Mas en todo ajedrez hay un vencedor y un vencido; y en este… alguien ha visto demasiado tarde el Jaque Mates. Sin darle tiempo a mover el rey, la partida se queda con un claro vencedor. La reina ha ganado al rey del otro bando. ¿O quizás es la torreta fuerte y en línea recta? (‘’Le había devuelto el arma con tintas de morado y un: << Me has hecho más feminista. Me amo>>’’).

Y como si de una torre de naipes inexpugnable se trata, el ejecutado la derriba. Con un marcador 1 – 0 y una clara victoria vista desde las gradas.