miércoles, 7 de diciembre de 2016

Luna.

La noche era perfecta para ella.
Los rayos de la luna visualizaban , aún más, su tez blanca.
Suave. Perla.
Se exploraba así misma como cuando un niño encuentra divertido realizar castillos con la arena.
Su vientre ya no se veía obligado a encogerse.
Demasiados años de guerra.
Firmaron el Tratado de Paz.
Con cada caricia encontraba un huésped en su cuerpo.
¿Cómo pudo haber pasado tantos años y no se dio cuenta de los hermosos lunares que marcaban constelaciones?
Tantas guerras consigo que había atraído a los pequeños demonios que se habían apoderado de su cuerpo.
Ahora ella era la guerrera.
Luchaba a base de caricias, alejándolos.
Por fin pudo encontrar un hogar.
Lo tenía justo ahí, diecisiete años de vida y no se dio cuenta antes.
Se emocionó.
Se llamó a sí misma hogar, casa, candela, fuego, abrigo.
Se abrazó y juró no soltarse nunca.
Se había perdonado.
Se empezaba a querer.
Luna se durmió bajo la luz de la lámpara que alumbraba la ciudad.
Ella también le abrazaba.
Al fin comprendía la realidad.

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