Calzaba
casi un cuarenta, número rozando la cifra ‘no normal’ en una mujer. Asistió a
una fiesta en honor a un joven desconocido del que estaba enamorada. Él recién
había cumplido la mayoría de edad y le ofreció bailar la canción Retrato de un amor posible agarrados. Sabían
perfectamente que les estaban mirando aquellos curiosos, las malas lenguas, que
sentían envidian de su perfecto Vals.
Y
antes de que dieran las doce, se encerraron en una habitación. El príncipe
deslizaba sus manos por debajo de sus senos en busca de sus caderas, mientras
la chiquilla lo miraba ruborizada.
Al
introducir las manos debajo de su ropa interior, masajeó su miembro viril y
ella imploró más. Para a las doce ella había llegado a unos cuantos orgasmos.
Pero, en el minuto exacto, se colocó el vestido negro y corrió por las
escaleras.
-¿Dónde
vas? –le preguntó siguiéndola-.
-Llego
tarde.
-¡Espera!
Era demasiado tarde. El
horizonte parecía que la hubiese engullido. En el escalón de abajo, había un
precioso zapato solitario de color rojo. Su Cenicienta.
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