Ha cogido
polvo,
ya nadie
lo utiliza,
lo devoran
los ácaros sin miedo alguno,
acechando
como carnívoros hambrientos.
Lo reconozco,
mal uso le he empleado.
Puede que
sea mi culpa,
o puede
que ya no.
Es
prisionero de aquel desván
donde ya
no tiene visitas
y se
encuentra gélido y asustado.
Se ha
salido de mi pecho
porque
decía que era demasiado valiente
y que
podía enfrentarse a la soledad.
El pobre
se está oxidando.
Necesita
que lo arropen
y yo, ya
no le doy uso, aburriéndome de él
le he
condenado al exilio
para que
pueda aprender de una vez.
Qué las
malas elecciones tienen su castigo.
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