Eh pequeña ven, te voy a
contar una historia de esas que tienen principios y que el final, no lo ves tan
claro.
Había
una vez una chica llamada Ana. Sí, te voy a poner a ti de ejemplo porque otro
nombre … no se me ocurre ponerle a esta atrocidad.
Ella era feliz con el
mundo, o el mundo era feliz con ella, según se mirase. Le encantaba ponerse
vestidos que enseñaran sus curvas o un poco de piel, sobre todo lucir el bikini
el verano.
Pero… hubo problemas. La
estación cambió a otoño y ya, la pequeña e indefensa de quince años, no sabía
muy bien qué hacer con su vida porque el frío le sentaba muy mal. Él, junto con
la Lluvia y los Relámpagos, le hacía la vida imposible. No la dejaban lucir su
cuerpo con libertad, ni siquiera si mostraba un poco de piel.
Los meses transcurrieron
y la pobre Ana había empezado a adelgazar un poco porque pensaba que así no
tendría tanto frío y el verano iba a llegar con más rapidez. Se equivocó. Llegó
el invierno y Nieve se sumó a su pesadilla. No le dejaban vivir como ella
quería.
La madre de Ana se empezó
a preocupar, ¿por qué su hija empezaba a contar las calorías si así, lo único
que conseguiría era adelgazar? ¿Es que Ana no percibía que, al perder grasa, el
frío le invadía? No, ella no se daba cuenta. Todo lo contario. Se obsesionó
demasiado. Apenas mantenía el equilibrio y su amiga pelirroja no venía a
visitarla. Su ropa ya no le quedaba tan bien como antes… Era una pena.
La gente partidaria del
Invierno le aconsejaron que se pusiera sudaderas y que debía de comer menos ya
que el verano pronto iba a llegar. En primavera no habría ningún problema ya
que podría lucir sus bonitos vestidos con su nueva figura.
¿Sabes pequeña qué es lo
que sucedió con la llegada de la Primavera? Ana tuvo que ser ingresada de
repente al hospital porque se cayó inconsciente al suelo.
En cuanto los médicos la
chequearon, le dijeron, a ella y a los reyes, que tenía un hechizo maligno que
le hacía repudiar al frío y … que debía ser ingresada para poderlo afrontar. Ana
se puso muy triste. Se miró al espejo del pasillo de aquel hospital y no se
reconoció. Había perdido su bonita cabellera rubia y su rostro, ese de tez
oliva, estaba amarillento… ¿Y sus ojos castaños? Oh, pues… perdieron el brillo
especial y único que siempre albergaba la pequeña Ana.
Pasaron tres semanas, la
primavera aún era dueña y señora del reino. Ana conoció a Mía, con la que se
llevaba muy bien. Ambas se entendían a la perfección, eran muy buenas amigas.
Recuerdo que cuando fui a
visitarla, Ana estaba tumbada en la cama con unos pequeños tubitos que le
proporcionaban alimentos y Mía… bueno ella había sido enviada a su casa porque
los médicos, con sus poderes mágicos, habían conseguido que aceptase el
invierno… Aunque no fue del todo así. A Mía le costó, pero al final, lo
consiguió.
Ana apenas podía moverse.
¡Parecía una princesa esqueleto! Yo le ofrecí un trocito de chocolate, pero
ella, nada más verlo se enfadó conmigo.
No visité más a Ana
porque su conducta no me pareció nada apropiada. ¿Dónde estaba la chica que yo
había conocido feliz? ¿Dónde? ¿Cuándo decidió comportarse así? ¿Porqué?
¿Quiénes fueron los causantes?
Me entristecí. El verano
había regresado y sentí la esencia de Ana en el reino, pero… por desgracia ella
no se encontraba. Me había enterado por los habitantes que se había convertido
en el polvo de las hadas que daba vida a este mundo.
Lloré porque deseaba ver
a Ana vestida con sus mejores sonrisas, con su largo cabello mecido por el viento
de aquel acantilado al que solía ir. Ya no la podía ver… Sólo las hadas habían
aprovechado su última exaltación.
Y colorín, colorado…
El cuento ha
acabado.
No
seas Ana y … no dejes que el Inverno o incluso el Verano te corrompan.
Ponte
los vestidos que quieras, vístete con tus mejores sonrisas. Ríete de tus
cabellos desaliñados…
Y sobre todo no olvides que tú vas primero.
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