Me he sentado en la silla del
escritorio a pensar sobre ti.
Sobre ti y mí, juntos, jugando a
una partida de ajedrez.
De esas que dejamos a medias porque
al final el peón es el que devora a la reina y no, a su otra majestad.
Me he sentado a escribir sobre
nosotros.
Tú tan viento del levante y calor
de la capital que contrasta con la viva imagen de un otoño en el sur, con paisajes
nevados del norte.
Y juntos formamos esos pedazitos de
cristales minúsculos del vaso que te has dejado en la mesa de la cocina a la
espera de que lo friegues y que, sin querer, he tirado al suelo.
Somos pedacitos de cristales, de
agua y de sal.
Has salido a pasear porque dices
que necesitas un tiempo para ti.
Porque el miedo de atravesar las
olas en esa tabla de surf te horroriza.
Sin embargo, no percatas que es una
metáfora de tu vida.
No eres ese que nada en buscas de
las olas, eres el temporal que las invoca.
Tú contra tú, contra ti y el
enfrentamiento de tu pasado y presente.
Y, sin embargo, he aprovechado de
tu ausencia para escribirte estos versos.
Para hablar de ti, de mí y de esa
partida de ajedrez a medio terminar.
Del vaso del cristal, de tus manos frías
y de mi corazón cálido.
De lo fuerte que eres y de esa
cabeza llena de nidos de pájaros que siempre dejan plumas, porque son de los
que emigran.
Amor mío. Revolucionas con cada
paso el mundo que te rodea, aunque no te des cuenta.
Tus sueños son los barcos que
navegan sin rumbo fijos hacia el horizonte de tus metas.
El elixir, las tentaciones y el
placer de volver a comenzar bajo las sábanas.
La inspiración de un lunes por la
mañana, la bala del revólver y el líquido de la cafetera que se esparce por la
placa.
Un paseo en Venecia, el oso del
Madroño, un viaje a Túnez y si queda dinero en esa cuenta del banco, a la
Habana.
Los pasos a los lejos de tus pies
cansados, el murmuro de tu voz grave, el olor de tus cigarrillos y tu mano áspera
pintando pinceladas en mi piel.
Y aquí estoy escribiendo sobre ti.
Porque no te has dado cuenta que
has comenzado un incendio dentro de mí que no se puede apagar.
Que has atravesado el humo y esperas
a que el corazón siga siendo de hielo.
Y aquí estoy escribiendo de ti.
Quedándome contigo a pesar de tus
miedos, cuidando al niño de tu interior.
Dándote la guerra y la paz, atravesando
las olas, llevándote un extintor para apaciguar el fuego y dejándote que sepas
cuál es el sabor de la derrota, aunque ofreciéndote la mano amiga siempre que
la precisas.
Y te has ido.
Volverás a eso de las nueve y me otorgarás
un beso en la cabeza con tu rostro roto.
Sonreiré y te recordaré la bendita
revolución que eres.
Y te besaré tus manos ásperas,
invitándote a que conozcas el sabor amargo del Whisky.
Puede que mañana sea otro día.
Pero serás, ese hombre
que consiga surfear la ola.