Ayer, viendo a Oddey, me di cuenta de una pequeña cosa: del paso del tiempo. Hoy, ha salido esto. Espero que lo disfrutéis.
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El tiempo corre a contrarreloj como si
fuera una carrera de automóviles especializados:
El primero, en cabeza, la hora del
nacimiento.
Lo secunda la niñez a una velocidad media
reducida.
Le interesa no adelantar porque quiere
saber, quiere aprender los movimientos, pero también quiere crecer y, por ello,
aunque no lo sepa, pisa el acelerador.
En el tercer puesto, la adolescencia. No
le importa a quién va a arrollar en su trayecto. Quiere ganar, ser el primero
y, si eso, luego, preguntarse por los acontecimientos más tardes.
Quiere vivir el presente, llenarse de las
experiencias y absorber todo lo que pueda del mundo exterior. Pisa el
acelerador, se coloca a esa velocidad alta a punto de alcanzar a ese coche que
va en segundo.
En un cuarto puesto, la adultez. Es sabio,
quiere llegar a la meta con tranquilidad, no demasiada, pero la suficiente como
para no provocar un accidente. Sabe que su adversario que va delante es una
denominada ‘cabeza loca’ y no le importa nada que no sea nada más que el
‘yo’.
Y en un quinto puesto, a duras penas por
intentar llegar a la meta, en un auto más defectuoso, porque su ocupante
se niega a cambiarlo, debido a que todos estos años de vida ha conducido con el
mismo, se encuentra la vejez. Su velocidad es bastante lenta, entorpece las
vueltas de los demás coches, sobre todo del tercero, que le ha pitado en más de
una ocasión.
Ella es la etapa más experimentada de
todas. Sabe perfectamente que en una de esas curvas, el vehículo que conduce
puede perder el control y ,sin querer, estamparse contra la barra de seguridad.
El tiempo pasa a contrarreloj como si
fuese una carrera,
o puede que, simplemente, transcurre con
normalidad y que seamos los humanos quienes en, ocasiones, lo veamos rápido o
lento.
Y maldecimos,
en voz baja,
al gran titán por no ir como nosotros
queremos que vaya.
Pero el tiempo, amigo mío, el tiempo pasa
para todos por igual.
Disfrútalo, no lo desperdicies y , sobre
todo, empápate de las pequeñas cosas de la vida.
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