Hace días me tomé un
tiempo para mí, supongo que no es ser egoísta al querer darte algo que te
falta.
Hace días que todo
acaeció y que tras nueve días aún sigue doliendo, claro que me refiero a la
pérdida de un ser tan pequeño que me llenó el corazón con tanto amor que es
imposible no saber a qué escala, del diez hasta el infinito y más allá de cómo era importante
para mí.
Pero hoy… veo sus
fotografías y sonrío. Sonrío porque estoy aprendiendo que el duelo necesita más
que nueve días y que, en el fondo, todo sana, nunca se olvida, pero con un poco
de espacio y coser heridas… el dolor se disipa.
Me cuesta escribir. Tras
varios meses he perdido la práctica. El otro día me levanté con las ganas
infinitas de dar un poco más de mí, de que el mundo sepa cómo me siento, pero
siempre me quedo con la pierna estancada en el fango y un: ‘’ para ti, ahora,
todo son problemas’’.
Claro, claro que son
problemas, sé que en esta cabeza nada está amueblado, no todo, claro, y que, en
ocasiones, cuando la noche cae y la Luna está en lo más alto… me apago y me
dejo abrazar entre las sábanas de invierno.
Es curioso, no me he
replanteado someterme a otra prueba de amor, porque no sé estar conmigo misma,
a solas, como para estar con otra persona, no después de ella.
Lo sé, estoy corriendo en
la dirección incorrecta, ¿incorrecta para
quién realmente, Azahara?, en un camino que tiene las flechas en
dirección opuesta a la de todo el mundo. No estoy lista aún como para empezar
de cero, porque, pese a todo, estoy sentada en el filo del alféizar sin saber
si me voy a caer en alguna de estas ventiscas fuertes. Me agarro, sé que me
agarro con todas mis ganas al borde de la ventana para mantenerme firme.
Estoy corriendo, en dirección
opuesta al ocaso. Aquí se nota el frío y esta vez, por raro que
parezca,
no es de mi agrado.
Se me acaba de formar un
nudo en la garganta, nada está bien y no sé como sacarme a mí misma de esta
pequeña caída. Pequeña dice, já, ¿sabes
desde cuándo arrastras esto? ¿Dónde está el salvacaídas? ¿Dónde
está la cuerda? Y… ¿La mano? ¿Dónde está mi propia mano? Me falta lo más
importante de todo: mi propio equipo de salvación. Lo he perdido, debo
equiparme de nuevo porque… hacía frío en este vacío interno y recíproco.
Pero… Oh, claro que lo
intuyo: volveré, voy a volver. No ahora, no ahora… volveré. Y, entonces, correré
implorando que nadie me salve porque ya lo estaré haciendo yo, que habré
acumulado el peso en los contrafuertes.
Voy a volver y el mundo
va a temblar, porque cuando salga del cascarón, cuando me agarre la mano y me
haya dado de hostias contra la puerta intentándola derribar… La bestia se habrá
despertado con total lucidez.
Estaré corriendo,
dirección opuesta, así que no trates de salvadme.
Créditos de la imagen a su autor.
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