Gracias por esta preciosa imagen tan a juego con el tema.
La
voz Silenciosa.
Tal vez esto no llegue a ninguna parte. Tal vez no sea
oído por ningunos de los medios de comunicaciones, ni saldré en la portada de
algún periódico. Tal vez no ocurra nada de esto, porque no viviré mucho para
contarlo.
Soy Iralia y tengo doce años. Soy mujer a vista de todos.
Una mujer que encierra el cuerpo del hombre que llevo a dentro. Físicamente soy
toda una chica adolescente no desarrollada aún del todo. Tengo senos, un
vientre con sus pequeñas arrugas, el cabello rubio, una sonrisa con aparatos,
los ojos verdes, la tez blanca, no mido más del metro cincuenta y ocho y peso
sesenta kilos.
Papá y mamá me acepta tal y como soy, porque yo soy un
miembro más de esta hermosa familia que está a punto de … ¡crecer! Ellos me
compran ropa de chico y algún más que otro capricho que quiera. Una vez mamá me
explicó que cuando papá encontrara un trabajo mejor, me llevarían a una clínica
para hormonarme. Aunque ahora mismo puedo hacer uso de la maquinilla que papá
utiliza para cortarse el pelo. Lástima que, ellos sean ignorantes de lo que les
va a caer encima. Me da lástima que la hoja caduca más apreciada de su árbol se
caiga cuando menos se lo esperen. Siento una temible agonía porque sé que no
soy inmarcesible, puedo romperme como lo hace el cristal o el papel. Mi resiliencia,
la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a una situación adversa, se me
ha agotado como le ha sucedido a la bolsa de chuches que se guardaba en el
cajón de la cocina.
Hacía más de un año que mis compañeros de clase se burlaban
de mí. No todos, claro estaba. Elena, Asun, Juana, Marcos, Esteban, Isidoro,
Isa , Teresa, Andrés, Nicolás, Alejandro, Estela y Julieta no se burlaba de mí.
Me querían y apreciaban, o al menos lo hacían antes de la muerte de Julieta. La
pobre era el punto blanco de una diana en la que sus padres siempre atinaban.
Mamá me lo contó una vez. Me dijo que sus padres habían llevado a Julieta a un
lugar donde iba a estar mucho mejor; un retiro de vacaciones por Navidad. ¡Los
padres se iban a otro! ¡A un hotel de rejas donde les iban a ir muy bien! Yo
también le dije a mamá que quería ir, pero ella sólo se limitó a sonreírme y a
decirme que yo iba a un sitio mejor cuando fuese anciano.
Yo me llevaba muy mal con Marcos, Ana, Nadia y Juan.
Ellos se reían de mí porque llevaba ropa de chico y me peinaba como tal. En más
de una ocasión oí de Ana decirme ‘machorra’ y si pasaba por su lado me echaba
perfume de niña de esos que olían muy mal, pero que a ella le encantaban.
En un principio, mis amigos me defendían. Les hacían
frente a esos cuatros que contribuían a lograr que me extinguiera. Me defendían
incluso cuando se peleaban en el aula de clases mientras el profesorado no se
encontraba. Pero… para mi desdicha lo dejaron de hacer cuando Julieta se fue a
un lugar de vacaciones, porque decían que era mi culpa. En parte tenían razón.
Lo era porque ella me escribió una carta diciéndome que me quería (aquella
carta tenía muchos corazones) y que si podíamos quedar en el parque a solas
para tomar un helado o columpiarnos en los columpios. Mis amigos me culpaban de
tal cosa porque si Julieta no se hubiese fijado en mi extraño aspecto físico
seguiría en su casa y no de vacaciones. Se volvieron unos monstruos conmigo;
ayudaban al cuarteto a insultarme. Me pegaban, me pintaban el pelo con pinturas
acrílicas, me conseguían desnudar y vestirme con ropa ‘femenina’ si no la
llevaba. Yo pensaba que esto sucedería solo por unas semanas y que me
perdonarían por lo que originé. Me convencía al transcurso de los meses que
sería efímero… Me equivoqué. Mis
compañeros me tenían como el juguete del aula. La mascota para desahogarse de
un mal día.
En ocasiones escuchaba a mamá sollozar sobre su situación
en el trabajo. Ella dejaba la casa por la noche para salir en bikini y andar
por las calles de la ciudad… ¡Mi madre se pensaba que estábamos en verano
cuando era invierno! Al cabo de las horas regresaba con un poco de dinero en
sus braguitas. Siempre vestida con una de sus mejores sonrisas.
Cuando ella me veía llegar a casa con pinturas en mi
precioso cabello rubio, días con moratones y arañazos, con ropa desgastada o
diferente a la que solía llevar puesta, se ponía tan blanca como lo era yo. Me
excusaba diciendo que me había caído, teníamos una fiesta en casa de Nicolás o
cosas parecidas. Siempre cambiaba mi versión para que ella no llorase, pero lo
único que conseguía era un abrazo cálido y duradero. <<Juro que
encontraré un trabajo mejor y nos iremos de la ciudad. Iremos a otro lugar
donde podamos vivir libre los cuatro juntos. Todo va a terminar algún día,
pequeño trozo de mi corazón>>.
Mamá era tan pero que tan buenaza… Podía dormir con ella
y con papá cuando hubiera tormentas y las pesadillas no me dejaran dormir. ¡La
vez en que las pequeñas y yo nos fuimos a la cama de nuestros padres fue la
mejor experiencia de mi vida! Os aseguro que no lo voy a olvidar jamás, ni
cuando me vaya a ese lugar junto con Julieta.
Papá conoció a mamá en la universidad. Ella trabajaba en
un proyecto sobre las bebidas y él estaba en el último año de carrera. (Mamá es
dos años mayor que él). Ella le entrevistó en los pasillos y, al parecer,
Cupido acertó a la primera. A los dos meses compartían ya un piso y al año
fueron a conocer a mis abuelos, tanto paternos como maternos, quienes aprobaron
la relación. Mamá tuvo que buscar trabajo en un local de peluquería, donde se
cambió de look pintándose el cabello de color rubio y se lo cortó. Po lo que me
ha contado papá, se enamoró más de ella. Yo fui concebido en una tarde de
otoño, nada más y nada menos que en el vigésimo octavo cumpleaños de mi madre.
Al año nací. Todos me querían, me cuidaban como si fuera un gran tesoro… ¿Si lo
hicieron y seguían haciendo mis familiares, por qué no mis compañeros de aula?
He de admitir que con doce años y sintiéndome en un cuerpo
que no es el mío, la situación se me fue de las manos. Empezaba a desear las
vacaciones pronto, el profesorado no se daba cuenta de lo que sucedía y, para
colmo, fuera del instituto también me acechaban. Empezaba a contar los días en
el calendario y los tachaba con el fin de encontrar una salvación en los meses
próximos. Necesitaba una luz blanca que me iluminara en el túnel oscuro del que
no encontraba salida alguna. Había caído en el pozo oscuro de mi vida y me
estaba ahogando solo. Estaba asfixiándome… Sentía mis días contados. Dependía
de un hilo que pronto notaba que se iba a cortar y me iba a dejar…
Apenas tenía apetito, papá se enfadaba conmigo porque no
sabía lo que me ocurría y él también parecía estar enfadado debido a que no le
pagaban lo suficiente en el trabajo; por lo cual mi sueño se esfumaba y eso le
frustraba. No podía dormir por las noches y al día siguiente siempre me quedaba
dormido en el colegio, exponiéndome más aún a mis enemigos. El director llamó
en más de una ocasión a mi casa para contar que me quedaba dormido y mostraba
un comportamiento extraño, poco apropiado, hacia mis compañeros.
Mamá me decía que debía ser bueno con los demás y que si
me sentía menospreciado que se lo contara. Pero yo no era el brujo malvado del
cuento, era la víctima. El anzuelo o trozo de carne que debía ser echado a los
caimanes.
En mitad de la noche me levantaba para coger del segundo
cajón las pastillas que le había cogido a la abuela para dormir. Me tomaba dos
por lo que al día siguiente era lógico que me quedara dormido en clases. Me
solía sentar al final del aula donde pasaba por desapercibido.
Los días pasaban, arrollándolo todo, estrellando cada
cosa que se encontraban en sus caminos. La calma no asomaba, empezaba a creer
que aquel dicho: ‘Después de la tempestad
llega la calma ‘era mentira. Ya no salía de mi habitación, pues esta se
había vuelto mi pequeño lugar seguro a pesar de la noche. Los demonios me
visitaban y parecían haberme cogido aprecio.
Mamá se buscó un trabajo mejor en el supermercado y papá
se encargaba de llevar a las pequeñas a la guardería cuando tenía descanso. Si
no lo hacía él, mis abuelos se encargaban. Él me regaló por mi cumpleaños dos
muñecas preciosas, pero yo las destrocé. Las desnudé y les pinté el cabello
como me solían hacer. Les coloreé ciertas partes del cuerpo en morado y se las
tapé con vendas. Mientras una era dueña de una bellísima sonrisa transparente,
la otra aparentaba soledad. Ambas simulaban las dos caras de una misma moneda.
Mis dos caras. << ¿Por qué le has hecho esto? ¡Sabes el dineral que me
han costado, Iralia!>>. <<Papá>> -respondí antes mi
acusación-. <<Son para un trabajo. El profesor ha mandado que dejemos ver
en un objeto los problemas de la actualidad>>.
Aún me seguían llamando Iralia, aunque no duró mucho. Por
Navidad me cambié el nombre a Hugo. Hugo trajo consigo paz y tranquilidad.
Sabía que mi transformación estaba completa, a pesar de faltarme muchísimas
cosas. Sin embargo, me conformé con poco y me lo arrebataron. Rompieron a Hugo,
como también lo hubieron logrado con Iralia, y me dolió. A este proceso lo
denominé Melancolía.
Asistía a clases con una máscara y un nuevo disfraz. Mamá
fue a hablar con mi tutora para informarle que obtuve otro nombre. Para qué. Aquello
fue lo peor. Las bufas llegaron demasiado pronto: <<Venga Hugo, enseña tu
pito… ¡Ah, que no tienes!>> <<Yo no quiero que vaya al baño de las
chicas>> <<Habrá que hacerle un baño en el patio, para que haga
pis>> << ¡No llores marica, no te dolerá! Sólo queremos ayudarte a
que tengas pito>>. No
es necesario aclarar qué me hicieron. Sólo sé que no pude hacer mis necesidades
sin mostrar síntomas del dolor que aquello me provocaba. Para apaciguar a mi
madre le comenté que me había desarrollado y me pidió disculpas: <<Lo
siento, Hugo, sé que evitas ser mujer>>.
Después de todo, mi vida no había sido tan agraria. Mi
profesora de Lengua se percató de que algo pasaba en el aula. A decir verdad,
sólo un diez por ciento de mis amigos me hacían la vida, día a día, un
infierno. Los otros se callaban por temor a que le metieran la cabeza en el WC,
como a mí, o le pegaran. Eran cómplices del disimulo y la ocultación, no los
culpo. Eran víctimas del grito, mientras que yo lo era del silencio.
Si Ana, junto con su pandilla, hacía papeles para
pegármelos en la espalda; la profesora le regañaba y le mandaba al director. Me
aferré a esa profesora como clavo ardiente. Deseaba que llegara su clase para
que eliminaran a unos cuantos. Sentía que iba ganando, que Hugo e Iralia podían
descansar en paz. Pero no, no. Justo cuando iba a alcanzar el sabor de la
victoria y la gloria, a la profesora le dieron la baja por maternidad. ¿Había
en este mundo algo más miserable que mis sucesos? Volvieron a ganar y yo
empeoraba con cada guerra. Mis padres vieron en mí un cambio brusco. Respecto a
mis calificaciones no habían bajado, se mantenían tales como siempre. Sangraba
tanto por dentro como por fuera. Las cicatrices aumentaban y no sabía cómo
ocultarlas. Empezaba a quedarme sin sangre para el corazón.
Por todo eso y más es por lo que me encuentro ahora
sentado en el filo de la ventana. No quiero que ningún niño y niña pase por el
infierno que he pasado yo. Quiero que ellos vivan al máximo su adolescencia y juventud.
No quiero que nadie le prive de algo tan hermoso como es la vida. Es una
lástima que esto suceda en pleno siglo XIX... ¿Cuántas personas se irán de
nuestras vidas, de las de los demás, de ciudades y pueblos? ¿Cuántas más han de
padecer para que se le ponga fin al acoso? ¿Para cuándo una justicia por nosotros?
¿Para cuándo normas que castiguen a personas con tal maldad? Dejad de decir que
son cosas de niños, empezad a hacerles ver que no es así. Está mal meterse con
otros porque seas ‘diferentes’, porque son ‘raros’ ya que no están bien visto
por ustedes. Empezad a visualizar a la gente como yo, a las personas que no se
sienten afortunados con el sexo que se les han sido otorgados, a las personas
que quieran a las de su mismo género, a aquellas que tengan unos kilos de más,
como las de menos. Empezad a inculcarles que está bien que se defiendan, pero
que no se burlen de los demás.
Si queremos que esta sociedad cambie hay que comenzar por
los que tenemos delante de nosotros. Si cada día le inculcamos lo que es el
mal, los calores de la vida (sobre todo el respeto y la igualdad) no habrá más
muertes por horas y minutos en el mundo. Sino decidme pues, qué hacemos con
esas familias que han perdido a sus seres queridos, que no pueden recuperar a
sus hijos porque personas como las que estáis, estamos, criando las han mandado
directamente a un viaje duradero del que no tienen escapatoria. Tal vez allí
estén mejor, pero os aseguro que es quedaban mucho por ver y crecer. Tal vez
tenían pensamientos de ser, en un futuro, arquitectos, ingenieros, profesores y
maestros, enfermeras, veterinarias, arqueólogas, bomberos… A lo mejor los iban
a llevar de vacaciones por sus cumpleaños, por Navidad y se han quedado sin ir.
Tal vez iban a escribir en sus diarios una buena noticia después de tantas
malas. A escribir un << He superado el acoso, mis compañeros me aman,
puedo ser feliz todo el tiempo restante de mi vida que me han
arrebatado>> <<Mamá y papá no tendrán que estar tristes, ya no
discutirán ni tomarán pastillas para dormir>>.
A lo mejor se han perdido la lluvia de estrellas fugaces
que siempre hay por agosto. El ir al concierto de su cantante preferido, a la
firma de libros, adoptar una mascota, recibir a un miembro más de la familia,
su primer beso y amor, engendrar una familia, adoptar hijos, ser lo que han
querido ser desde que tenían uso de razón. Perjudicar sus vidas con vicios
salvarlas dejándolos. Sufrir de desamor y no entender a qué se debe el vacío
que sienten cuando una persona deja de contactar con ellos.
Se van a perder muchísimas cosas porque callan, porque
son víctimas del silencio, porque son ‘’cosas de niños’’, porque no hay
justicia en este mundo. Se irán en los mejores años de sus vidas para no
volver. Dejando a toda una familia destroza, por las manos del acosador. No
podrán ser reemplazables porque son únicos. Algunos los recordarán mientras que
otros los olvidarán.
¿Cuántos más debemos de caer para que no nos escuchen?
¿Para que escuchen a la voz dormida que no se atreve a despertar porque siente
miedo, un miedo temible que la acecha por las noches cuando duerme y reza para que,
al día siguiente, los compañeros de su clase la acepten? ¿Cuánto más debemos
dejar de morir? ¿Más familias destrozadas? ¿Más víctimas sin ser escuchadas?
En primer lugar, agradezco tantísimo a mis padres…
A ti mamá por ser la mujer que me dio a luz, por cuidarme
y quererme así. Por amar a Iralia y cuidar de Hugo. Por arroparnos y
acurrucarnos en la cama y dejarnos dormir junto a ti. Gracias por sacrificarte
e ir en bikini en pleno invierno y ganarte el dinero para quererme ver vivir como
deseo. Por ser mi capa y espada; ser la mujer de acero. A ti quiero verte
sonreír cuando me reúna con Julieta.
Gracias papá por trabajar para conseguir juntos mi sueño.
Sé lo mucho que deseabas un niño entre la familia. Siento que se te vaya ahora
que lo has conseguido. Me has enseñado a usar la maquinilla, a querer a una
mujer, respetarla y cuidarla. El significado de la igualdad –aunque no todos
sepan lo que verdaderamente es-. Has complacido a mi persona con todo lo que he
pedido. Por favor, no les des esas dos muñecas a las pequeñas. A ellas decidle
que estoy de vacaciones y volveré cuando menos me esperen. Decidle cuánto las
he querido y lo mucho que las voy añorar. Tienen entradas VIP a mi habitación.
A mis abuelos que los he querido tanto. Gracias por
aceptarme y quererme como a uno más. Los cuatro seréis triunfadores. Nos
veremos y nos reuniremos. No desesperéis.
Deseo que , además, contactéis con mi profesora de
Lengua. H asido todo un honor conocerla entre tanta oscuridad. Me ha encaminado
hacia mi utopía y ha salvado a Iralia y Hugo. Será una buena madre.
Cuidad de Charlie como si fuera yo. El pobre me maúlla
desde mi cama. Sabe que me voy a ir, es muy astuto.
Yo
no me voy a morir porque estaré en vuestros corazones. Sólo me doy unas vacaciones duraderas rumbo a
Nunca Jamás. Desde allí lucharé porque el acoso no siga y se extinga.
Gracias por cuidar de Hugo. Gracias por darme los mejores
años de mi vida, por ser cobijo en mis peores momentos y calmar las pesadillas
que no me dejaban dormir.
Os QUIERE
Hugo.