la
Peor arma
Créditos de la imagen a su creador.
Se escondía siempre tras unas hermosas
palabras sin punto final.
Aquella noche había preparado el revólver
y lo escondió en su camisola.
Aprendió a besar el cuello con pasión y
lentitud,
el cabrón sabía cuál era mi punto débil.
-<<Con
lo feminista que eres, no sé cómo acabaste con él>>.
-<<Porque
no lo conocía bien>>.
Para cuando quiso disparar, yo no lo pude
esquivar.
Alzó el revólver y con el gatillo disparó
a mi entrepierna.
Me ardió y me la quitó.
Me arropó con una seducción de seguridad y
yo dejé que, durante esas semanas,
el colchón no cogiese polvo.
¡Ay, madre!
Cuando floreció el último capullo de la
flor,
cuando se cayó la primera hoja del otoño,
apareció arrogante y con aires de
superioridad.
Que no entendía nada,
que yo me escapaba,
que había emprendido una huida hacia
ninguna parte.
Y no era mentira.
Había huido porque me di cuenta de su
calumnia.
Hijo del Patriarcado.
Disparó y no me dolió.
Le había devuelto el arma con tintas de
morado y un:
<<Me has hecho más feminista. Me
amo>>.
Para entendernos, es mejor
ponerles nombres a los dos personajes, más que nada, porque así, el poema es
real, tan real como tú y yo. Además, dicen que, si no le pones nombre o comentas
en voz alta el problema, nunca será real. Pongámosle Ana, es el primer nombre
que se me ha venido a la cabeza, y … Juan.
Ana es una chica común que acaba
de empezar su primer año de carrera. Es extrovertida, apasionada, carismática,
humilde y amigable. Le encanta conocer a personas, aunque eso de no encajar en
un grupo selecto le da poca importancia. Para ella, prevalece más la calidad
que la cantidad. Un dicho entre generación y generación en cuanto a amistades
se refiere. Y así es, el primer año de carrera es un vaivén de emociones para
un cuerpo tan pequeño como es el de ella. Para su metro cincuenta y seis
exacto. Ni centímetro arriba, ni centímetro abajo.
Es así como empieza esta
historia. La historia de Ana, Julia, María… la historia de un personaje
femenino que conoce a una persona.
Ana no ha mantenido relaciones
íntimas con nadie. Más que nada, porque para ella es un tema muy personal y
nunca ‘’se ha sentido’’ preparada para ello. Pero Ana quiere experimentar este
año, experimentar como es el fundirse en una sola persona. Para ello, tendría
que esperar a que sus amigos la invitasen a una fiesta y conociese a aquel
detonante.
Vestida con sus mejores galas, la
joven asiste a aquel pub donde se celebra la fiesta. Se siente observada e
intimidada por algunos que comentan cuánto desearían llevársela a la cama esa
noche, drogarla para que no sea consciente y… quién sabe si violarla. Total,
ella no se iba a enterar. Se le echaría un poco de burundanga y la chica sin nombre, pero con un simple vestido que
realza su figura, sería un perfecto trapo manejable que, al día siguiente,
sería dejado a la intemperie, destrozada y magullada.
Pero Ana puedo ser yo, mi vecina,
tu hija, prima… Ana somos todas en alguna ocasión de la vida a quién siempre
nos han dicho: ‘’nunca te separes de tu grupo de amigos y NUNCA dejes la bebida
sin vigilar. Ten mucho cuidado. Usa protección, sé consciente de todo cuanto
haces. No te vayas con desconocidos…’’.
Al lado suya, mientras ella pide
en la barra una copa, un joven se le acerca. Parece calmado e interesado, como
si acabase de ver a una gacela inofensiva. Es su momento de salir a cazar y
parece que aquella presa está sola. Sola en el sentido más real de la palabra.
Sabe perfectamente que está acompañada, ha analizado el terreno antes de
acercarse cautamente.
La llena de halagos no incómodos,
hace uso del poder que tiene: la labia. (‘’Se escondía siempre tras unas hermosas
palabras sin punto final’’) y en unos minutos su predicción es un 100%
efectiva. La joven cae cautiva de sus palabras.
Aquella noche, el león no acabará
solo en la cama, se llevaría a la presa y la degustaría exquisitamente. (‘’Aquella noche había preparado el revólver y
lo escondió en su camisola’’.)
Él sabe perfectamente lo que le
puede gustar a aquella gacela, a aquel cervatillo, es el mismo patrón, o eso
piensa él, de todas las mujeres. Adquirió la habilidad de besar lentamente, sin
detenerse en pasiones ni tener miramientos, al haber experimentado entre
tantas; desea introducirse en ella, encajarse como una pieza de puzle, pero
para ello debe de acceder. Y el cómo hacerlo es demasiado fácil. Besarle el
cuello y, así, ella abriría las piernas. (‘’Aprendió
a besar el cuello con pasión y lentitud, el cabrón sabía cuál era mi punto
débil’’).
Al principio, Ana no está segura,
no sabe si debe de continuar con esto o con lo otro. Experimenta en sus carnes
la primera vez, insufrible, puesto que el león no tiene muchos cuidados más
allá de las palabras bonitas (‘’Alzó el
revólver y con el gatillo disparó a mi entrepierna’’, ‘’me ardió y me la
quitó’’). Comprende que el mito de la primera vez que tantas veces ha leído
en libros de novelas juveniles, hablado con su grupo de amigas y visto en
películas es una falacia inventada.
Sin embargo, tras el ocaso, llega
el alba y durante las semanas siguientes Juan encuentra en Ana un buen
pasatiempo con el que entretenerse. (‘’Me
arropó con una seducción de seguridad y yo dejé que, durante esas semanas el
colchón no cogiese polvo’’).
Quedan todas las veces que
pueden, tienen sexo y, luego, no se vuelven a ver hasta que Juan quiere.
Empero, muchas de las veces Ana termina llorando. No entiende muy bien el por
qué. Sólo sabe que se está autoengañando, que eso no es lo que quiere. Sabe que
hay algo en su interior que le quema.
Juan aparenta ser un ciervo con
grandes cuernos, le agasaja y la seduce. Pero… nunca tiene tacto cuando ella
solloza, cuando le da ansiedad tras terminar. Nunca hablan de temas externos.
Ni un ¿cómo te va el día?, mañana creo que va a llover. He aprobado esa
asignatura que tanto me cuesta o… la he suspendido.
En su lugar todo son: ya debes saber aprender a hacerla. Cuidado
con los dientes. Mañana voy a ir a un partido. No creo que sea la mejor opción
que vengas, es muy pronto para presentarte a mis amigos. Ese vestido no me
gusta, bueno… a ver, me gusta para mí, para que te lo pongas conmigo.
Ana lo habla con sus amigas,
quienes dicen que deben de terminar la relación o lo que tengan. Es tóxico e
insano para ella. Sin embargo, por mucho que ella quiera, por mucho que sus
amigas le dejan ver, no puede. No puede porque siente que está enamorada de él.
(<<’’Con lo feminista que eres, no sé cómo acabaste con él’’>>,
<<’’ Porque no lo conocía bien>>’’).
Y click. La bombilla se enciende en su cabeza.
Click es el detonante que le quita la venda. Una venda que le subyuga. Él no es un ciervo
con grandes astas, es todo lo contrario: un león hambriento colmado de sed, que
nunca se abastece de ella. Que no está sola, hay más como esta gacela. Todas
las noches sale de caza, para ver cuál tiene mejor carne y saciarse hasta que
no quede nada de la otra persona. Ese es su juego: vestirse de codero.
Así es cómo empieza a mover
ficha. Sin dejarle un mensaje, le ataca por sorpresa. Moviendo ficha por ficha,
primero los peones, luego el caballo…
No obstante, el juego no está del
todo ganado. Juan se percata que algo no va bien. Ana no le contesta a los
mensajes, le deja en visto, no le coge las llamadas, ni a las redes sociales.
Colmado de furia le espera a la salida de la universidad. Una buena encerrona y
ella volverá a sus brazos. (‘’Cuando
floreció el último capullo de la flor, cuando se cayó la primera hoja del
otoño, apareció arrogante y con aires de superioridad’’).
Espera hasta las dos, la hora en
la que ella sale y allí está. Deslumbrante, más bella que nunca. Parece que ha
recuperado el color de piel tras tantas batallas perdidas con la luz del flexo.
Su sonrisa… ¡qué hermosa es su sonrisa!, ¿se ha teñido el pelo? Ahora está
colorado. Perfecto con sus ojos azules. Y su cuerpo, ¡oh, su cuerpo! Aquel que
ha recorrido tantas veces sin prestarle la mayor importancia. ¿Dónde tenía el
lunar? , ¿en el vientre o al lado del tobillo? No lo logra recordad. ¿Por qué?
¿Y por qué, con seguridad, Ana le comenta que es un hijo más del Patriarcado?,
¿¡de dónde ha sacado esa seguridad en sí misma, si cuando estaba con él era un
cachorro indefenso!?, ¿por qué, por qué la ve más fuerte?, ¿por qué siente como
su ego corre peligro y se va disminuyendo ante la gigante suela del zapato de
Ana hasta que lo aplasta? (‘’Que no
entendía nada, que yo me escapaba, que había emprendido una huida hacia ninguna
parte. Y no era mentira. Había huido porque me di cuenta de su calumnia. Hijo
del Patriarcado. Me disparó y no me dolió’’).
Mas en todo ajedrez hay un
vencedor y un vencido; y en este… alguien ha visto demasiado tarde el Jaque Mates. Sin darle tiempo a mover el
rey, la partida se queda con un claro vencedor. La reina ha ganado al rey del
otro bando. ¿O quizás es la torreta fuerte y en línea recta? (‘’Le había devuelto el arma con tintas de
morado y un: << Me has hecho más feminista. Me amo>>’’).
Y como si de una torre de naipes
inexpugnable se trata, el ejecutado la derriba. Con un marcador 1 – 0 y una
clara victoria vista desde las gradas.