Iguales
Créditos de la imagen a su autor/a.
Puede que no me creáis,
posiblemente serás así, porque hasta que no lo meditáis y lo veis en vuestras
carnes, no sabréis a qué me refiero exactamente. Alguno de los que me pudieseis
leer, tal vez, pensaréis que soy una hippie
y que me han lavado el cerebro como a muchos otros que toman esta decisión.
Hace un año quise ser
vegetariana, lo llevaba bien hasta que me di cuenta que, en la vida de todo
estudiante, había una colección de tupper que no hacían nada más que agrandar
mi imperio del congelador; por lo que no me quedó más remedio que, durante todo
ese curso de 2017/2018 tuve que comerme aquellos tochotuppers.
Sin embargo, en el fondo
de mi alma, había algo que no andaba bien. Cada vez tenía una cierta
inclinación hacia las hortalizas, frutas y demás, me gustaban más incluso
aquellas que antes no.
Pero, como todo, cada cosa lleva un momento de reflexión,
y yo la tuve aquel día en que el pájaro que estaba criando -el cual encontré
malherido en el suelo de la calle y que tras cuatro días andaba bien-, se me
murió entre mis manos. Lloré, lloré con las suficientes lágrimas como para
decir un: no sufras, puedes irte. Y
como si aquello fuera el comienzo del final, el compendio del prólogo, algo en
mí cambió.
Hasta que no cuidas a un ser que te haya marcado lo
suficientemente como para pensar: ¿Por qué me debo de comer a la misma especie
que he cuidado? ¿Por qué? ¿Es que no hay otra forma? ¿Es que debemos de matar a
los seres que más vida nos da, sólo porque necesitamos ‘’proteínas animales’’?
La verdad, es que llevaba un tiempo pensándolo. Seguía
cuentas veganas y me conocía a amigos que lo eran o, en su defecto, lo
intentaban. Así que… realmente fue ese día, cuando la vida de un ser al que le
había cogido cariño y, por tanto, habíamos creado un vínculo, se fue en mis
manos. Porque sinceramente, me pareció que esperaba a que yo estuviese ahí,
para irse. Y sí, podéis llamarme fantástica o miles de adjetivos peyorativos,
pero, realmente, no sabéis qué es exactamente todo esto, hasta que no tomáis la
decisión.
Ayer, en una conferencia, un catedrático comentó:
‘’La felicidad es un estado, no es una meta a la que se debe alcanzar como nos la vende en los stands publicitarios. La felicidad está en cosas como escuchar el canto de los pájaros, contemplar el paisaje, escuchar música…’’
Es verdad, y es así como lo siento yo. Me siento en paz
conmigo misma y con todo aquel animal que me rodee. He cambiado mi dieta
,además de las posibilidades que te da otra dieta de poder descubrir más allá
de lo que se nos acostumbra a comer en esta sociedad cárnica, aprendiendo a ver
a estos animales, desde el más simple como es el mero hecho de una hormiga,
hasta el más grande que te puedas encontrar, como iguales: seres que están aquí
con alguna función, no para ser simplemente comida del ser humano, llevándoles
a la extinción porque el trozo de su cuerno es objeto de gran valor.
Entre otras, este catedrático, comentó que el futuro era
vegano y daba los motivos que eran. El
cambio debería comenzar ahora. Diré, y sigo diciendo, que si amamos a los
animales… ¿Por qué no amarlos en su totalidad sin llevarlos a la extinción?
¿Sin proporcionales una vida de químicos, cautiverio y demás? Si empezamos
ahora, poco a poco, si nos vamos sumando más, lograremos que todas las especies
animales… convivan en paz, dejando que la cadena alimenticia (de éstos)
continúe, sin vernos nosotros de por medio.
Puede que estas palabras no generen conciencia, ni se
propague por todo el mundo, pero si alguien las lee, espero que reflexionéis.